jueves, 22 de octubre de 2009

23 de octubre de 2009




Este cuento está firmado por alguien que se hace llamar Catwoman. Buen comienzo: final PREVISIBLE.
Desde que tengo uso de razón siempre he tenido sueños premonitorios. Sueños que se diferencian claramente del resto; sueños que siempre, sin excepción, se cumplen. Esa especie de rigor casi científico, lejos de ser algo positivo, me ha llevado a la situación actual, a una situación en la que, si mis sueños no me engañan, pasaré el resto de mi vida. Aquella mañana desperté empapada en sudor. El corazón latía acelerado por lo violento de aquel sueño. Sabía que era uno de aquellos, de los reales, de los inamovibles. Dios sabe cuantas veces traté de variar el resultado de uno de aquellos augurios. Jamás, ni tan siquiera en aquellos casos en que la realidad soñada tenía una mísera importancia, conseguí variar en un ápice el resultado final. Sin embargo, nunca había soñado algo de aquel calibre, algo tan terrible y atroz que me revolvía el estómago con tan sólo pensarlo. Aquello superaba con creces los límites de lo aceptable y, por muchas pruebas que tuviese de la invariabilidad de los resultados, de mi incapacidad para distorsionar la realidad soñada, no podía quedarme impasible. Estaba convencida, o al menos quería creer, que había una posibilidad, aunque ínfima, de detener, de variar, de alterar aquel final. Repasé en mi cabeza más de mil veces aquel sueño. Tenía que encontrar un fallo, una pista, una rendija por estrecha que fuese que me permitiese romper aquella cadena de acontecimientos. Agarré una hoja y un bolígrafo y escribí, con todo tipo de detalles, todo cuanto había soñado. Cuanto más tiempo tardase más riesgo tenía de que algo se me olvidase.“ Me veo a mi misma en el salón de la casa leyendo tranquilamente. Por la luz del sol puedo deducir que debe ser cerca del mediodía; entre las doce y las tres de la tarde, para ser más precisos. De pronto, se oye un estruendo similar al sonido que hace el cristal al romperse. Oigo a Alfonso diciendo alguna cosa en voz alta aunque, no consigo descifrar sus palabras.- Amor, ¿Qué ocurre? Pregunto mientras me incorporo.Nadie responde. Me acerco a la habitación de Ana, mi hija de un año. El ruido parece que proviene de ahí. La oigo llorar. La puerta está entornada. La abro ligeramente y veo a Alfonso con Ana en brazos y blandiendo un trozo del cristal en la mano derecha. Parece completamente fuera de sí.- ¡Alfonso! ¿Qué haces?- ¡Vete! Me contesta Alfonso con el rostro desencajadoDe pronto, viene hacia mí en actitud amenazante. Cierro la puerta y corro hacia la cocina en busca de un cuchillo. Cuando abro la puerta del cuatro nuevamente, veo a Ana inmóvil, tendida en la alfombra y cubierta de sangre y a Alfonso con las manos ensangrentadas.- ¡Alfonso! ¿Qué has hecho...?Ahí termina mi sueño.”Por más que repasé una y otra vez la escena no logré comprenderlo. ¿Por qué iba Alfonso a hacer daño a su hija? Aquello no era lógico. Alfonso adoraba a Ana. Desde que Ana llegó a este mundo Alfonso vivía por y para ella. Era tanta la locura que sentía por su hija que incluso había llegado a olvidarse un poco de ella. ¿Qué podía llevar a alguien a hacer algo así? Su mente iba a mil por hora. Había un tema que no dejaba de inquietarla; ¿Cuándo iba a ocurrir aquello? Trato de repasar el sueño buscando algún elemento que pudiese indicarle una fecha, pero nada.Desde el mismo instante en que Alfonso llegó a casa aquella tarde Berta no le quitó ojo. Aquella noche no pudo ni dormir. A la mañana siguiente, Berta volvió a repasar punto por punto toda la escena.- ¡Tiene que ser un fin de semana! ExclamóAlfonso no comía en casa los días laborables e, indiscutiblemente, aquella tragedia sucedía como mucho durante las primeras horas de la tarde.Aquel primer fin de semana fue muy estresante. Berta no se separó de Ana ni para ir al baño. Alfonso empezó a darse cuenta de que algo extraño ocurría. Berta no podía seguir así, aquello iba a acabar con su salud y con su matrimonio. Durante la siguiente semana Berta dedicó su tiempo a tratar de construir un plan mejor. Tenía que encontrar la famosa brecha que le permitiese variar el curso de los hechos. ¿Y si durante el mediodía del fin de semana llevase encima algún tipo de arma? Según su sueño su marido mataba a la niña mientras ella iba a la cocina a por un cuchillo. De haber entrado armada la primera vez quizás ella podría haberlo impedido. Berta recordó entonces la vieja Mágnum que su padre guardaba en la caja de seguridad.Era sábado y tras comer, Alfonso se fue al cuarto a echarse un rato mientras Ana leía placidamente tumbada en el sofá del salón. De pronto, sonó un estruendo similar al sonido que hace el cristal al romperse. Al fondo se oyó la voz de Alfonso diciendo algo que Berta no alcanzaba a descifrar.- Amor, ¿Qué ocurre? Preguntó Berta mientras se incorporaba.Nadie respondió. Aquello le era familiar.- ¡Está pasando! Exclamó mientras corría rumbo a la habitación de su hija.Se acercó a la habitación de Ana rápidamente. Abrió la puerta de forma decidida y vio, tal y como temía, la escena de su sueño. Alfonso tenía a Ana en brazos y en la mano derecha un trozo de cristal. Parecía completamente fuera de sí.- ¡Alfonso! ¿Qué haces? Chilló Berta tratando de que aquello se detuviese.- ¡Vete! Contestó Alfonso con el rostro desencajado.De pronto, Alfonso empezó a andar hacia ella. Berta sacó el revolver y le apuntó de forma decidida.- ¡Berta! ¿Qué haces...?Sin dudarlo, Berta disparó a Alfonso entre los ojos y este cayó desplomado al suelo. Berta avanzó rápidamente hacia él y agarró a Ana. Lo había logrado, pensó, había encontrado una brecha. En ese instante sintió una fuerte punzada en su espalda y un dolor agudo atravesó todo su cuerpo.Berta despertó tumbada en una cama de hospital.- ¿Dónde estoy?- En el hospital de la Paz. Lleva usted inconsciente cerca de dos días. Le dijo un policía que estaba al pie de la cama.- ¿Y mi hija?, ¿Dónde está?, ¿Qué pasó?, ¿Quién...?- ¿Qué recuerda?- ¿Y mi hija?- Desgraciadamente su hija está... Dijo el policía bajando la mirada.- ¿Muerta? ¡Nooooo. pero si yo le maté, el no pudo matarla....no pudo!- ¿El? ¿Quién?, ¿Su marido?- ¡Alfonso, sí! Exclamó Berta desecha por el dolor- Pero... ¿Por qué mató a su marido?- ¿Por qué? Porque iba a matar a mi hija.- ¿Qué? Eso no es lógico. ¿Por qué iba a matarla?- Tenía un cristal en la mano derecha y a la niña en brazos. Se acercó en actitud agresiva y con la cara desencajada y yo le disparé y...- ¿Y?- ¿Quién... ? ¿Qué me ha pasado?...¿Por qué estoy aquí. ?- Alguien entró por la ventana del cuarto de su hija a robar. Suponemos que su marido lo oyó y fue a ver qué había pasado.- ¿Un ladrón? ¡No!...yo no vi...- Pensamos que su marido cogió a la niña en brazos y trató de ahuyentar al ladrón cuando usted irrumpió en la estancia.- ¿Proteger?- Después de que le disparara, el ladrón le clavó a usted un cuchillo en la espalda.- ¡No... no puede ser! Yo no vi...- Probablemente estaba escondido detrás de la puerta cuando usted entró.- ¡Dios!- ¿Puede explicarme qué hacia usted con un revólver?- Bueno, verá, es que es complicado... yo tengo sueños premonitorios y...
Nadie me creyó.Me llamo Berta Díaz y tengo treinta y dos años. Hace un año que me quedé viuda y sin mi hija. Desde entonces, estoy parapléjica por una lesión medular producida por arma blanca y afronto una condena de diecisiete años de prisión por homicidio en primer grado. Ahora sé que las premociones a veces se pueden variar, la cuestión es si es aconsejable hacerlo.

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