sábado, 18 de junio de 2011

Café

Caminando por la calle, pensé en lo que ella me dijo:

― Cambia. Mira la vida de otra manera. Sé tú mismo, no quién quieren que seas.

>> Un cambio no es pasar de blanco a negro. Los que importan son los cambios pequeños, pues las cosas más pequeñas son las que nos hacen ser felices. Haz tú un pequeño cambio.



Llegué a un acogedor café y decidí cambiar. Entré y me senté en una mesita. Noté que me mirabas. El camarero me preguntó qué quería. Le dije:

― Un café. Pero nunca lo volveré a tomar solo.

Sonreíste.

miércoles, 30 de marzo de 2011

Relato de 1º de ESO (cómo pasa el tiempo...)


Sangrantes manoletinas rojas.

-¡A que no me pillas!- decía gritando una rubia muchacha con labios carnosos mientras corría delante de un niño algo más pequeño.

-¡Claro que te pillaré, no lo dudes ni un momento, Jane!- vociferaba un niño más pequeño detrás de ella- ¡Ya lo verás!

Jane, siempre descalza (nunca se colocaba zapatos de ningún tipo), y Alec corrían como caballos desbocados en el jardín del orfanato en el que vivían desde que quemaron a sus padres en la hoguera por tener “poderes extraños”.

Ellos, aunque no lo sabían, tenían también esos extraños poderes, y el personal del orfanato lo sabía, pero los protegían, nadie sabe por qué.

Corrían, corrían sin pensar, solo se preocupaban de jugar: Jane, de no ser atrapada por su hermano pequeño, ya que si esto ocurría él se lo recordaría hasta que fuesen del todo viejitos.

Y Alec…Alec solo iba detrás de Jane porque ella llevaba unas galletas con pasas deliciosas.

Ahora eran felices.

Eran felices porque no pensaban en nada; ni en las sucias cocineras del orfanato, ni de los serios y níveos profesores, ni de los niños repelentes que allí vivían.

Jane encontraba su mayor refugio en su hermano, y también en el señor Boone, el director del hospicio, que le daba ricas galletas con pasas y siempre la miraba con una cara un tanto extraña, que ella no lograba descubrir.

Un día, lluvioso, como todos los que había en Londres, el señor Boone llamó a la joven Jane a su despacho. Cuando ésta entró, con sus pies descalzos, él le dijo:

-Jane, tengo que hablar contigo, sobre alg…

-¡No, espere! Quiero preguntarle algo. ¿Cuál es su verdadero nombre? No sé, solo sabemos su apellido.

-¡Vaya, qué curiosa eres, Jane! Mi nombre es Luccio, y realmente, Boone no es mi apellido, es el apellido de mi padrino, fallecido hace ya un largo tiempo. Y, además, no soy inglés, estoy aquí por trabajo, pero en realidad provengo de Italia. ¡Oh, vaya! Me has preguntado mi nombre y te he contado una larga historia…

-No, no se preocupe, es muy interesante.

Luccio escuchó las palabras de aquella joven ensimismado, llevaba tanto tiempo fascinado por los poderes de esa muchacha…

¿Qué podría hacer ahora? No sabía si matarla para beber su sangre…

No, entonces la mataría y él sería un desdichado toda su vida por haber matado a la joven que amaba.

Entonces pensó, y pensó un grandioso plan…

-Verás, Jane, hemos pensado los profesores y yo que, como tú y Alec, tu hermano, tenéis un nivel avanzado en historia, podríamos pagaros una visita turística a Roma, una ciudad con una gran historia y grandes monumentos, ¿te gusta la idea?

-Pe…pero… ¡es fantástico! ¡Así usted también podrá visitar a su familia!

-Entonces, no hay más que hablar, recoge tus cosas, partimos mañana.

Jane salió del despacho, repitiendo una y otra vez:” ¡Gracias, gracias!”

Cuando llegaron al aeropuerto, fueron directamente a Roma, una ciudad preciosa y desconocida para Jane y Alec.

Pero después, los profesores y Luccio les condujeron a un callejón oscuro, donde bajaron por un extraño túnel.

-Tomad estas capas, ponéosla, es para un ritual propio de Italia, que se celebra desde hace siglos- dijo Luccio.

Jane y Alec, fascinados, cogieron cada uno su capa y se la colocaron rápidamente.

Y, además, Jane se colocó unas preciosas manoletinas rojas, por primera vez.

Siguieron bajando por aquel túnel hasta llegar a una especie de recepción, donde una hermosa joven rubia les aguardaba.

-Son turistas…- Murmuró Luccio a la señorita del mostrador.

-De acuerdo. Adelante- le contestó ella.

Caminaron por un pasadizo oscuro, y cuando éste acabó, un gran número de encapuchados les aguardaban.

Cayo dijo en voz alta:

-Arlezb, comprueba por ti mismo el potencial de esta joven.

Arlezb, otro encapuchado, aunque a través de la capa negra se divisaba una larga barba blanca, se acercó a Jane, y cuando puso su mano sobre su cabeza, se quedó inmóvil, atónito.

-No debe morir, debe quedarse con nosotros- murmuró en voz baja, aunque Jane sí que lo oyó.

Jane estaba aterrada; ¿por qué ella NO debía morir? ¿Acaso su hermano SÍ que merecía tan fatal destino?

-¡¿Quiénes sois vosotros?! ¡¿Por qué debo quedarme aquí?! ¿Acaso no veis a mi hermano? ¿Por qué no tiene que quedarse él conmigo?- chilló Jane a viva voz, con lágrimas en los ojos.

-¿Él también lo tiene, Luccio?- preguntó Arlezb.

Luccio negó con la cabeza, pero murmuró:

-Él no es como ella, haz lo que debas, Arlezb, pero a ella no la mates- dijo Luccio, amenazante.

-De acuerdo. Separadlos. Luego me encargaré de él. No le hagáis nada aún.

Alec no sabía qué ocurría en esa estancia, y le preguntó a su hermana:

-Jane, ¿qué pasa?

-Nada, hermanito, cógete de mi mano, y no me sueltes nunca…- Sollozó Jane, hundida.

Ambos se cogieron de la mano, pero, en ese momento, una intensa ráfaga luchaba por separarlos, de dejarlos solos el resto de sus existencias.

Un grupo de encapuchados se llevó a Alec, que se retorcía por volver con su hermana, la que siempre le defendía ante los fanfarrones del orfanato.

A Jane se la llevaron Arlezb y Luccio, del que nunca habría pensado algo así, de su director, del hombre de las galletas con pasas…; y también la sujetaban dos hombres más.

En otra habitación, sentaron a Jane en un sillón rojo de terciopelo, al igual que sus manoletinas nuevas.

Ella escuchaba la discusión entre los hombres:

- Luccio, hazlo tú: Fuiste tú el que la descubrió- decía Arlezb.

- Eleazar, sabes que no podré parar…- susurraba el director.

- Busca la forma, Arohn. Encuéntrala y sabrás detenerte.

Jane no quería escucharles. Quería salir de ese lugar, volver a “casa” y que nada de lo que estaba pasando fuere verdad.

De repente, escuchó los pasos de un hombre. Luccio:

-Lo siento, Jane. Era tu destino…

Cuando acabó de decir aquello, cogió la cara de Jane entre sus manos, y la torció levemente.

Acercó su boca al cuello de Jane y, en un último suspiro, innecesario para los vampiros, la mordió.

En ese último suspiro, el último necesario para Jane, ella pensó:

“Maldita la hora en que me puse estas sangrantes manoletinas rojas”.

Fin.


lunes, 28 de marzo de 2011

Veintiocho de marzo.

Lunes por la mañana. Termino de peinar a mis hermanas y nos sentamos a la mesa para desayunar. O a intentarlo con las sobras que llevamos guardando desde hace más de tres días. Lo único que nos queda para comer es un par de manzanas, un trozo de pan duro y algún que otro pescado pasado. Pero ni siquiera tenemos hambre.

La casa está sucia. Hay polvo por todas partes. La ventana que está detrás de mí sólo está cubierta por un trapo sucio y roído que no deja ver quién es quién dispara y quién es el otro que muere. No nos deja ver, pero nuestros oídos sí que escuchan los disparos y la gente que agoniza.

Tiempo de guerra, tiempo de hambre, tiempo de muerte.

Llevamos días y noches en vela esperándolo, pero todavía tenemos la esperanza de que nuestro poeta- nuestro padre, quiero decir- regrese a casa y nos vuelva a escribir esos versos que inventaba cuando no podíamos dormir por las noches debido a los ruidos de guerra y el que me llevaba en brazos a la cama. Pero ya es demasiado el tiempo que lleva fuera de casa. Madre lee a todas horas los escritos y poemas de padre, maldiciendo por lo bajo por qué no los quemó –aunque no sé por qué piensa eso, pues su poesía te lleva a un mundo diferente y así consigues dejar de pensar en todo lo que ocurre fuera. En ella el color morado significa libertad y las águilas son simples animales-, y tampoco duerme por las noches. Y yo, rodeada de todas mis hermanas- bueno, menos la pequeña de unos meses que aún duerme con mamá- me desvelo repetidas veces creyendo escuchar disparos, excepto cuando el sueño es bonito y lo que oigo es la cerradura de casa y los pasos decididos de mi padre entrando a nuestra habitación para darnos las buenas noches.

Y así es cada día de mi vida desde que estalló la guerra. Días grises, tristes y llenos de miseria y desgracia.

¿Que quién soy yo? Yo soy una de muchos niños y niñas que, mientras jugábamos en la calle, ajenos a todo que se estaba desencadenando, oímos un estruendo que casi nos deja sordos -como le ocurrió a una de mis hermanas- y una explosión que nos ha dejado sin poder caminar por no tener pies ni piernas para hacerlo y, lo peor de todo, nos ha dejado sin infancia, sin sonrisa y sin tiempo para ser felices, porque lo único que hay ahora es tiempo de guerra, tiempo de hambre, y tiempo de muerte.

28 de marzo de 2011

Aquí va un relato que leí en una revista. Da qué pensar sobre los profesores de Lengua...


Jorge es un Vampiro

una vez hubo llegado a la conclusión de que su profesor de literatura era un vampiro, Ada, de diez años, empezó a imaginar en clase de Matemáticas que a su amigo Matías le salían duendes por las orejas.

El timbre del recreo la sacó de su ensoñación y llevó su mente directamente al bocadillo que tenía en la mochila. Y a los juegos en el patio. Para jugar esta semana se había inventado que ella era una princesa que hacía magia cada vez que se ponía unos zapatos rojos y Matías era un caballero atrapado en una torre custodiada por un gran dragón.

Después de correr mil aventuras y cruzar a lomos de su caballo volador el foso pestilente del castillo en el que estaba atrapado Matías –que la miraba con cara de resignación-, Ada empezó a dar saltos de alegría porque la campana anunciaba que había que volver a clase. Y tocaba literatura con Jorge. A Ada le encantaba esa clase, y le encantaba ese profesor. Y hoy iba a leer la redacción que él le había pedido que escribiese. Seguro que le ponía un diez.

El día anterior, en mitad de la clase, Ada interrumpió a Jorge para preguntarle que si era un vampiro. La clase, incluido el profesor, respondió con una sonora carcajada.

-¿Tú qué crees, Ada?

-Yo creo que sí -dijo la niña con desparpajo.

-¿Y qué te hace pensar eso? –preguntó Jorge-. Bueno, no, no me contestes. Mejor, haz una redacción en la que me expliques por qué soy un vampiro y mañana la lees.

Y ahí estaba Ada con su redacción, titulada “Mi profesor es un vampiro”. Y empezó a leerla:


-Creo que Jorge es un vampiro. Para empezar, nunca sale al patio, y creo que es porque no puede darle el sol. Además, en clase siempre baja la persiana y va vestido de negro. El otro día lo estuve espiando en el comedor y no probó bocado. Tiene la piel muy blanca y cuando sale de clase se pone las gafas de sol, aunque esté lloviendo.

>>Creo que no tiene novia. Y es porque seguro que no puede besar a las chicas porque le saldrían los colmillos y…”

La clase entera empezó a reírse mientras Ada se ponía colorada y agachaba su cabeza.

- Un vampiro, Ada, ¡pero qué tonta eres! Tu imaginación empieza a jugarte malas pasadas –le gritaba su compañero Javier mientras la señalaba con el dedo.

Ada no podía disimular su tristeza. Bajó la mirada hacia su redacción, que había ilustrado con un dibujo de Jorge, luciendo capa y colmillos, y las lágrimas empezaron a empapar el cuaderno. Por primera vez en su tierna existencia, Ada fue consciente de que su imaginación se desbordaba y le hacía perder el sentido de la realidad. Era pequeña para tener ese pensamiento, pero lo tuvo y no le gustó. Y lloraba sin consuelo.

Jorge, al verla así, se enterneció. Mandó callar a la clase con un gritó que asustó hasta al más travieso de los niños y se acercó al pupitre de la niña. De espaldas a la clase, acarició la cabeza de la pequeña y trató de consolarla.

-No llores, Ada. Tienes un diez – decía con complicidad mientras enseñaba unos enormes colmillos y sus ojos se tornaban rojos.

Ada sonrió:

-Gracias – le dijo.