lunes, 28 de marzo de 2011

Veintiocho de marzo.

Lunes por la mañana. Termino de peinar a mis hermanas y nos sentamos a la mesa para desayunar. O a intentarlo con las sobras que llevamos guardando desde hace más de tres días. Lo único que nos queda para comer es un par de manzanas, un trozo de pan duro y algún que otro pescado pasado. Pero ni siquiera tenemos hambre.

La casa está sucia. Hay polvo por todas partes. La ventana que está detrás de mí sólo está cubierta por un trapo sucio y roído que no deja ver quién es quién dispara y quién es el otro que muere. No nos deja ver, pero nuestros oídos sí que escuchan los disparos y la gente que agoniza.

Tiempo de guerra, tiempo de hambre, tiempo de muerte.

Llevamos días y noches en vela esperándolo, pero todavía tenemos la esperanza de que nuestro poeta- nuestro padre, quiero decir- regrese a casa y nos vuelva a escribir esos versos que inventaba cuando no podíamos dormir por las noches debido a los ruidos de guerra y el que me llevaba en brazos a la cama. Pero ya es demasiado el tiempo que lleva fuera de casa. Madre lee a todas horas los escritos y poemas de padre, maldiciendo por lo bajo por qué no los quemó –aunque no sé por qué piensa eso, pues su poesía te lleva a un mundo diferente y así consigues dejar de pensar en todo lo que ocurre fuera. En ella el color morado significa libertad y las águilas son simples animales-, y tampoco duerme por las noches. Y yo, rodeada de todas mis hermanas- bueno, menos la pequeña de unos meses que aún duerme con mamá- me desvelo repetidas veces creyendo escuchar disparos, excepto cuando el sueño es bonito y lo que oigo es la cerradura de casa y los pasos decididos de mi padre entrando a nuestra habitación para darnos las buenas noches.

Y así es cada día de mi vida desde que estalló la guerra. Días grises, tristes y llenos de miseria y desgracia.

¿Que quién soy yo? Yo soy una de muchos niños y niñas que, mientras jugábamos en la calle, ajenos a todo que se estaba desencadenando, oímos un estruendo que casi nos deja sordos -como le ocurrió a una de mis hermanas- y una explosión que nos ha dejado sin poder caminar por no tener pies ni piernas para hacerlo y, lo peor de todo, nos ha dejado sin infancia, sin sonrisa y sin tiempo para ser felices, porque lo único que hay ahora es tiempo de guerra, tiempo de hambre, y tiempo de muerte.

No hay comentarios:

Publicar un comentario