jueves, 15 de octubre de 2009

VIERNES 16 DE OCTUBRE


Aquí tenéis la adaptación pinomontanera de un cuento que encontré en Internet.



Los ecos retardados


La calle donde acontecen estos extraños sucesos está situada en populoso barrio de Pino Montano. Es un poco estrecha, delimitada por unos jardines y el muro de un instituto del que no recuerdo el nombre.Es una zona densamente poblada durante el día. Sobre todo se llena de niños; de niños, que haciendo una enorme algarabía, juegan hasta ya muy noche. Lo paranormal está en que, cuando la calle se queda vacía y todo el mundo duerme (digamos, a las dos o tres de la mañana), las risas, gritos y juegos de los niños en ocasiones se siguen oyendo. Ante el molesto ruido, algunos vecinos se asoman por sus ventanas con la intención de callarlos, pero para su sorpresa, todo está completamente solitario. Se le podría encontrar alguna explicación lógica; por ejemplo, el fenómeno de los ecos retardados o contenidos que se llegan a escuchar en algunos casos incluso años después. Pero poca gente en el barrio pensaría en ese momento en los ecos retardados.

Noé se bajó del coche de sus amigos de parranda en los aparcamientos de la solitaria calle. Caminó un poco hacia el final de la calle donde está su bloque. Trabajosamente vio el reloj: las cuatro quince de la mañana. Si tenía suerte, ni su mujer ni sus hijos se enterarían de la hora a la que llegaba.Caminó lento, pegado a la pared del instituto con las manos en los bolsillos. A veces se tenía que apoyar para no dar un traspié. Era tiempo de lluvias; un viento húmedo soplaba anunciando tormenta. Por encima de los edificios se veían grandes relámpagos; pequeños remolinos levantaban papelillos de basura de la mal alumbrada calle. Un perro callejero le pasó presuroso por un lado buscando refugio ante la inminente tormenta. Un poco más adelante detuvo su ligera marcha, le ladró a Noé y prosiguió su camino. También en los jardines se escuchaban los maullidos siniestros de varios gatos. Llegó a la puerta del instituto cuando, a su espalda, oyó gritos y risas de niños. Giró y como a treinta metros vio las siluetas de un grupo de pequeñines que correteaban. ¡Qué raro!, pensó... Acababa de pasar por ahí y no había nadie. Seguramente salieron de algún bloque. No hizo mayor caso y siguió caminando, las voces infantiles cada vez se oían más cerca. Se aproximaba a su bloque, estaba muy oscuro (en este tramo, como siempre, la mayoría de las farolas no funcionan; sólo algunas de ellas parpadeantes alumbraban débilmente). De repente, oyó pequeños pasos detrás de él...Se detuvo y giró otra vez... No había nadie. Siguió caminando. Le faltaban como cincuenta metros para llegar a su casa. Entonces, volvió a escuchar pasos y pequeñas carreras; nuevamente se paró...Ahora estaba seguro, pues oyó risitas. Se dio la vuelta, escudriñó la oscuridad… Nada, sólo el viento y, en lo alto, el retumbar de la tormenta que amenazaba con soltarse. A diez metros de la entrada a su edificio (ahora no había duda) el persistente corretear de niños lo alcanzaron y estaban junto a él. Casi brincó cuando una áspera voz infantil muy cerca le dijo: —¡Noéeeee! ¿No quieres jugar con nosotros?
Sintió un escalofrío, no quería mirar atrás. Una extraña y satánica presencia sentía cerca. Los efectos del vino se le habían pasado por la tensión y el miedo. Por la pernera de su pantalón sintió el cálido tacto de su orina. Lentamente se dio vuelta. Lo que vio fue desquiciante. Media docena de niños sonriendo estaban a unos cuantos pasos de él. Le extendían las manos y le sonreían, sólo que los ojos les brillaban como dos carbones encendidos, las manos eran garras y tenían grandes dientes.

La esposa de Noé despertó de golpe sobresaltada; sus dos hijos mayores también despertaron. En lo profundo del sueño habían escuchado un grito en la calle y presintieron que algo le había ocurrido a Noé. La mujer se puso la bata rápidamente y salió. Algunos vecinos también acudieron alarmados. Varias ventanas se habían iluminado. Noé estaba en el suelo sangrante, arañado en los brazos, la cara y el pecho, semiconsciente. Las primeras gotas de agua caían en ese momento. Llamaron una ambulancia. Antes de que llegara, Noé volvió en sí. Su familia y varios vecinos lo rodeaban. Al abrir los ojos, nuevamente gritó al ver a varios niños frente a él, hasta que se dio cuenta de que eran sus hijos.
—¿Qué pasó? ¡Por Dios! ¿Qué te sucedió? —le dijo ella angustiada. Noé sólo atinó a decir:
—¡Fueron los demonios!... ¡Los pequeños demonios!
Todos oyeron entonces claramente en el aire, por los jardines, risas escalofriantes de niños que se confundían con maullidos de gatos.

Por eso, cuando en la noche escuches maullidos, si te atreves, baja a la calle... tal vez no sean gatos.

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