jueves, 19 de noviembre de 2009

20 de noviembre 2009




“¿La media noche? No. ¿El infierno? Tampoco. ¿La muerte? Sería la mejor elección. El miedo no me deja pensar, estoy desesperada. Yo sé que no debí hacerlo. Ahora no me deja de atormentar. Creí que era una broma… ¡Maldito sea el día que mencioné esas palabras por primera vez! Pero la tentación me carcomía... ya no puedo más, lo siento pero no lo soporto…”

Esto fue lo último que Amelie escribió. Estaba escrito con una notable desesperación, en una hoja de cuaderno que encontraron junto a su cuerpo sin vida. La nota no fue todo lo que hallaron: en el espejo había una inscripción hecha con sangre que suponen era la que salía de sus venas cortadas mientras agonizaba: Julieta, repetida una y otra vez.

La historia comenzó un catorce de febrero, día de San Valentín. Como cada año, una fiesta en casa de algún compañero de clase y todos estaban invitados. Todos, menos una, Karen. Ella era la típica chica que no le agradaba a nadie, ya saben: botas militares, vestidos largos y negros, maquillaje gótico y todas esas cosas. Todos viven en un pueblo muy tranquilo y personas como ella no son bien vistas. Aunque nadie la invitaba, le gustaba ir a las fiestas a divertirse, aunque tenía una manera muy peculiar de hacerlo.Muchos en el pueblo decían que ella y su madre eran brujas, y que habían matado al padre de Karen. Por lo menos, hasta el día de la tragedia. Ella llegó como siempre a la fiesta, esta vez en casa de José, cuando ya todos estaban allí, acompañada de una chica extraña que nadie conocía. Pero esta vez fue diferente, no tomaron ni una sola cerveza, lo cual era muy extraño en ellas. Sólo llegaron e invitaron a una chica llamada Cristina a unírseles en un “juego”. Claro que Cristina se negó: la reputación de Karen no era lo bastante confiable como para “jugar” algo con ella. Entonces Esteban, uno de los chicos del equipo de football de la escuela, les pidió que jugaran con él. Ellas se miraron, rieron y aceptaron. Lo llevaron al baño. De pronto un grito, no, más bien un alarido, salió del baño. Todos se alarmaron suponiendo que las dos “brujas” hubieran podido hacer una locura. Esteban salió corriendo del baño y de la casa. Nadie sabía qué le pasaba, pero varios fueron al baño y encontraron a Karen y a su amiga con una cara de asombro viendo hacia el espejo. Había varias velas encendidas en el lugar, pero nadie imaginaba ni se atrevía a preguntar qué había pasado allí. Sin quitar la expresión de sus rostros, Karen y su amiga, de quien por cierto nunca se supo su nombre, salieron de la casa y se fueron caminando hacia el bosque.

Esto ocurrió un viernes. El lunes siguiente todos estaban esperando que Esteban les dijera lo que había ocurrido en casa de José. Él trató de evitar el tema, pero era imposible quitarse de encima a todas esas miradas inquisidoras de quienes lo habían visto salir corriendo como si hubiera visto un fantasma. Y eso mismo le dijeron sus amigos:
—¿Qué demonios ocurrió en ese baño Esteban? ¿Qué te hicieron esas brujas? —le preguntaron con insistencia
— ¿Acaso viste un fantasma?
—Un fantasma hubiera sido menos que lo que vi —contestó al fin. —Lo que vi en ese espejo no puede explicarse.
Todos lo miraron con extrañeza, pero sentían una curiosidad enorme por saber qué había hecho correr como niño a un tipo tan grande y fuerte como Esteban.
—¿Han oído hablar de Julieta Sangrienta? —Les preguntó a todos con una mirada perdida en el infinito.
—Yo sé que es Julieta —contestó uno de tantos que había allí y la atención se centró en él. —Julieta es un juego del demonio, brujería para algunos. Es simple: siete velas, un espejo, te miras en él, cierras los ojos, cuentas: Una Julieta, dos Julietas Sangrientas, tres Julietas Sangrientas, cuatro Julietas Sangrientas… así hasta llegar a catorce Julietas Sangrientas; luego abres los ojos y Julieta aparece en el espejo… y trata de matarte, salir del espejo e intercambiar el lugar contigo. Al menos eso dicen.
Todos rieron y dejaron de prestar atención, continuaron con su día normal; todos menos una, Amelie, quien preguntó al chico:
—¿Siete velas?
A lo que él contestó:
—No lo intentes nunca, podrías morir.
Amelie sólo sonrió y se alejó. Pasaron muchos días y el asunto no se volvió a mencionar. Pero no todos lo habían olvidado…

Amelie no había olvidado las palabras de ese chico. Julieta, la idea revoloteaba en su morbosa mente una y otra vez. Julieta era tentador, una fantasía, un cuento de hadas. Pero, ¿quién ha dicho que las hadas no existan? Julieta, Julieta, no había otra cosa en su mente, así que por fin se decidió… Esa tarde no fue con sus amigas al cine, como solía hacerlo las tardes de los viernes. Fue rápido a su casa. Por suerte para ella, sus padres no se encontraban en casa, aunque después ella hubiera dado todo porque no hubiera sido así. Se dispuso a hacerlo, encendió las velas, y al encender cada una, contenía la respiración, cada vez era más lenta al encenderlas, como si un pequeño rasgo de arrepentimiento se le saliera del corazón, pero justo cuando estaba a punto de desertar del juego, escuchaba una voz en su cabeza: ¡Julieta! Era una voz extraña, un tono fuerte, casi como si fuera una orden, pero irresistible. La voz de repente parecía seducirla y Amelie volvía en sí misma, continuando con la siguiente vela. Cuando por fin encendió la séptima vela, esperó un poco, algo la detenía o la intentaba detener, su sentido común tal vez, pero lo ignoró, esa voz extraña fue más fuerte que la suya misma. Se miró al espejo, fijamente a los ojos, no se reconocía, era otra mirada. En ese momento dudó más que en ningún otro, pero la voz se hacía más fuerte: ¡Julieta! ¡Julieta! ¡Julieta! Sin saber por qué, cerró los ojos, los apretó, sus puños se apretaron, estaba en el momento más tenso de toda su vida. De pronto le empezaron a salir las palabras de la boca:
—¡Una Julieta! —Había roto el silencio. —¡Dos Julietas Sangrientas! —Las manos le comenzaban a sudar —¡Tres Julietas Sangrientas! ¡Cuatro Julietas Sangrientas! ¡Cinco Julietas Sangrientas! —Ya no podía dar marcha atrás —¡Seis Julietas Sangrientas! ¡Siete Julietas Sangrientas! ¡Ocho Julietas Sangrientas! —Estaba aterrorizada. —¡Nueve Julietas Sangrientas! Diez Julietas Sangrientas! Once Julietas Sangrientas! Doce Julietas Sangrientas! ¡Trece Julietas Sangrientas! —Se detuvo, respiró y lentamente y con toda la fuerza que le quedaba… —¡¡¡Catorce Julietas Sangrientas!!!

Lo había hecho, pero aún podía arrepentirse, aún podía mirar hacía otro lado en lugar del espejo… Pero algo dentro de sí misma la obligó a abrir los ojos en ese instante… No lo podía creer, miró al espejo, tenía la vista borrosa por haber cerrado tan fuerte los ojos, pero estaba allí. Esa silueta definitivamente no era la última que había visto antes de cerrar los ojos. Cuando su vista se aclaró, trató de lanzar el más poderoso de los gritos, pero no pudo. Ella estaba ahí, no lo podía creer, era Julieta. Su corazón pareció detenerse, al igual que el tiempo, intentaba dejar de mirar al espejo, pero no podía, algo se resistía a que lo hiciera. Ese rostro la enloquecía, era horrible, lo más horrible que podía existir. En los ojos se veía el mismo infierno, en sus labios el sufrimiento. La única palabra que se le ocurría a Amelie era miedo; no podía pensar, no podía moverse, sólo mirar a esa mujer en el espejo, hasta que desmayó, de miedo, de desesperación o por obra de Julieta, no lo sé, sólo se desmayó…

Cuando despertó, estaba recostada en su cama. Era sábado por la mañana, todo parecía estar tranquilo. Su padre entró en la habitación, la despertó con un beso en la mejilla, como lo hacía todos los días, ella se sintió tranquila. Pero algo así no se olvida. Sin embargo, lo vio como una pesadilla, un sueño malo. Así que salió de su habitación, saludó a su madre con un fuerte abrazo, estaba feliz. Fue de nuevo a su cuarto, miró por la ventana, respiró el aire fresco de la mañana. Después de contemplar la belleza del lugar donde vivía, fue hacia el baño, pero de pronto todo se volvió negro cuando miró al espejo: ella estaba ahí. El bello rostro de Amelie se había convertido en esa horrenda imagen, era Julieta de nuevo. Amelie se metió en la ducha y abrió la llave del agua fría, comenzó a llorar. No había sido una pesadilla. Salió del baño hacia su cuarto, se puso lo primero que encontró, tomó una gomilla para el cabello, trataba de actuar como si nada hubiera pasado, pero estaba temblando. Levantó la mirada para verse en el espejo, necesitaba verse de nuevo, pero cada vez que intentaba ver su reflejo veía a Julieta, no lo podía evitar. Salió de su casa, sus padres no sabían a dónde se dirigía, la notaban extraña, pero confiaban en ella. Amelie no podía hacer otra cosa que ir con la única persona que sabría qué hacer, Karen. Así que eso hizo, fue directo a donde vivían Karen y su madre. El trayecto fue traumático, en cada lugar en que veía su reflejo, estaba Julieta. Por fin llegó a casa de Karen, y la encontró. Le pidió, le suplicó que la ayudara. A pesar de no interesarle, Karen le preguntó qué había pasado. Y escuchó lo que Amelie tenía que contarle. Cuando Amelie terminó de hablar, Karen sólo comenzó a reír, y dijo a una casi desesperada Amelie:
—Jugaste con algo que no podías controlar, no puedo hacer nada por ti.

Karen entró a su casa de nuevo, Amelie suplicaba, pero Karen no la ayudaría, no podía hacerlo, nadie podía. Amelie se apresuró a regresar a su casa y cuando llegó subió a su cuarto y no salió hasta el día siguiente. De nuevo su padre la despertó, pero ésta vez ella sabía que Julieta no estaba sólo en sus pesadillas. Cuando bajó, sus padres notaron que no estaba maquillada, eso era extraño, pero no le dieron importancia. Desayunó como siempre, muy ligero, y dejó la casa para dirigirse a la escuela. Si hubiera sabido que esa sería la última vez que vería a sus padres… Llegó a la escuela, se cuidó de no mirar a los espejos, pero era imposible, siempre había algo en que reflejarse. No quiso decirles nada a sus amigas, porque creerían que había enloquecido, pero no estarían tan lejos de la realidad. Amelie cada vez se sentía más y más atrapada, no podía controlarlo más. Decidió enfrentarlo una vez más, reunió todo el valor que puede tener una joven de su edad, y se dirigió al baño de la escuela. Allí cerró los ojos con fuerza, y cuando estuvo frente al espejo los abrió. Esta vez la imagen había cambiado, aún era Julieta, pero ya no estaba quieta como fotografía, extendía sus brazos hacia Amelie, como si intentara tomarla de los hombros. La impresión casi desmaya a Amelie, pero lo soportó y volvió a mirar al espejo. La imagen de Julieta se acercaba cada vez más rápido.

—¡Aléjate!

Después de ese grito, reinó un silencio sepulcral. Unos segundos después en los pasillos todos escucharon cómo se rompía el espejo. Varios corrieron a ver qué había sucedido, pero Amelie salió del baño corriendo antes de que el primero llegara a ver qué pasaba. Amelie corrió hacia su casa, no había nadie, su padre trabajaba, su madre había salido. Amelie subió corriendo, entró al baño y miró al espejo… Julieta ya no estaba más ahí, respiró con tranquilidad. No lo podía creer, la solución había sido muy fácil: romper el espejo en que Julieta estaba… Pero ese era un error muy grave, cuando se volvió para caminar hacia su cuarto, vio algo más impactante que el reflejo de Julieta: era Julieta. Pero no un reflejo, era ella en persona. Era aún más aterradora que en el espejo: los ojos en blanco, se veía como una anciana. Amelie quiso mirarle los pies, pero Julieta flotaba y no parecía tener pies. Amelie corrió hacía su cuarto y se encerró, miró el espejo y no lo podía creer: era ella reflejada, pero no como se conocía; tenía los ojos en blanco y vestía de negro. No entendía lo que pasaba… Tomó un cuaderno, arrancó la primer hoja y comenzó a escribir:
“¿La media noche? No. ¿El infierno? Tampoco. ¿La muerte? Sería la mejor elección. El miedo no me deja pensar, estoy desesperada. Yo sé que no debí hacerlo. Ahora no me deja de atormentar. Creí que era una broma… ¡Maldito sea el día que mencioné esas palabras por primera vez! Pero la tentación me carcomía... ya no puedo más, lo siento pero no lo soporto…”
Después de eso, tomó un abre-cartas que tenía en el tocador y tomó la que le pareció era la única salida. Las cortadas que había hecho en sus muñecas sangraban mucho, pronto se desmayó y murió… Julieta seguía ahí, entró al cuarto de Amelie y no se resistió, no sabía si estaba viva, la tocó y se aseguró de que su corazón no latiera más. No pudo evitar mirarse al espejo, lo hizo y con la sangre de Amelie, comenzó a escribir el nombre con el que la habían llamado siempre, Julieta una y otra vez…

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